Esta es una historia que conozco de un cofrade sevillano que me gustaría compatir con todos.
Este niño nunca había pertenecido a ninguna hermandad, ni sus padres tenían tradición cofradiera, ni sus amigos, ni vivía en el centro, ni siquiera su familia era de Sevilla capital, ni en su pequeño pueblo había mucho arraigo. Pero desde pequeño se sentía atraído por ese mundo.
Tuvo la suerte de que su familia lo llevó desde muy pronto a ver la semana santa, pues tenían acceso a un palco en la plaza de San Francisco. Allí empezó a conocer sonidos nuevos, olores nuevos, imágenes nuevas, sensaciones nuevas, como la que deja la cera caliente sobre una mano infantil.
También recordaba calles estrechas aglomeradas de público, jardines (de Murillo) en los que había puestos ambulantes de muy diverso género, por los que se llegaba al centro de todo este maravilloso maremagnum.
Un día decidió participar en esa sinfonía de sensaciones: se apuntaría a una hermandad. Pero... ¿A cual?. Muy cerca de su casa estaba Santa Genoveva a la que todos los años iba a verla salir con su madre y su hermana, las vecinas de su bloque, y algunos amigos...
Sin embargo su padre no podría ir a verlo vestido de nazareno por trabajar fuera, y decidió apuntarse a una del miércoles puesto que ya estaría en Sevilla por la tarde hasta final de semana, y así podría llevarle el bocadillo a la salida de la catedral. Además una tía suya vivía en su feligresía.
Decidido. El año que viene saldría de nazareno.
Pidió una solicitud, la rellenó con sus datos y le pidió a un amigo y al padre de éste que lo avalaran como candidato. El día citado, y casi ya en cuaresma, acudió con su familia y juró las reglas. Se hizo una túnica,-con mucho dobladillo, para que te sirva para el estirón-, y contó a todos sus amigos que ese año saldría de nazareno.
Llegó el gran día.
Su madre le preparó la túnica , se la colgó del mueble del salón para que no arrastrara.
Él miraba a un cielo azul. -Seguro que no lloverá-.
Se fueron a casa de su tía, -desde allí saldrían andando para que no se arrugara mucho la túnica en el taxi-.
Pasaron por un túnel bajo las vías del tren con un olor infernal a zotal y humedad y unas bombillas de minas como en las películas...
Llegaron a una iglesia abarrotada.
Fué entonces cuando, como hermano, vió por primera vez a su Cristo en el paso y experimentó una sensación extraña, como si lo hubiera estado haciendo desde siglos, como si no fuera la primera vez, como si estos ritos ancestrales hubieran estado pasando en su familia de padres a hijos... y no era así...
Se formó la cofradía, se puso el antifaz, se abrió la puerta..., y repentinamente su vida cambió; ya sÍ era un NAZARENO DE SEVILLA. Ya podía ver por esos pequeños agujeros otra semana santa. Otros niños que le pedían caramelos, una música que acompañaba a la cruz de guía, que sonaba muy distinta a la que sonaba en el viejo radiocassette que le trajeron de Ceuta.
Ese día, ese niño prometió que siempre saldría de nazareno mientras pudiera, que enseñaría a sus HIJOS a ser buenos NAZARENOS DE SEVILLA , que procuraría que ese bocadillo , que desgraciadamente muy pocos años después su padre dejó de llevarle a la salida de la catedral, alimentara su Fé. Esa Fé a la sevillana usanza que hace tirar palante en los momentos dificiles.
Actualmente ese niño nazareno ya no puede salir por diversos motivos, pero sus HIJAS podrán hacerlo cuando quieran porque su padre las apuntó muy chiquititas. Y ese día volverá a ocurrir el milagro. Y por eso Sevilla seguirá siendo la Tierra de María Santísima aquella ciudad a la que todos vuelven sus ojos cada primera luna llena de la primavera.
Esta historia la conozco desde un día que decidí pertenecer a un grupo de personas con unas caracteristicas muy peculiares: los Cofrades de Sevilla. Ese día ocurrió hace más de 25 AÑOS EN SAN BERNARDO.
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