LA PENÚLTIMA LUNA

                                LA PENÚLTIMA LUNA

Una lúcida luna veló los sueños de la Ciudad arropada bajo la aureola de la incipiente primavera. El suspirado milagro se aproxima paso a paso acunado entre los naranjos cercanos a la florida nevada. En los patios vecinales se entremezclan los dulces aromas de los maceteros con los últimos resquicios del cisco consumido bajo las camillas. El incienso de los templos, la solemne plasticidad destilada en los altares de culto y los últimos ensayos de las cuadrillas de costaleros llevan a pensar que el presagio se hará realidad en breve plazo de tiempo. Sevilla contorna su más esbelta silueta al trasluz del privilegiado cielo que la cobija bajo cristalinas brumas de encaje. La perceptible musicalidad de los ensoñadores pentagramas de la melancolía abre sus notas al compás de la zancada del Dios que mora en San Lorenzo.

Conmueven las miradas que buscan la Luz verdadera en el Rostro del Divino morador de la egregia Híspalis, rescatada de la retrospectiva senda de la fe inquebrantable. Nuestros seres queridos en el recuerdo poblarán las yermas estrecheces del desgarro para avivar los candiles encendidos de la perdurabilidad del alma. El ruán pasajero, nuestro fiel compañero en la madrugá de ensueño, nos hará oscurecer como aquellos vencejos de la amanecida, que despertarán al sentir sobre las cálidas copas el suave tacto de la brisa que al tiempo hará mover la túnica sagrada del Señor. Musicalidad para nuestros oídos en el canto de las privilegiadas voladoras que pueblan la inmortal plaza y sublime contemplación en el caminar del Gran Poder.

El pasado viernes contemplamos con contenida emoción la penúltima Luna, premonitoria de la próxima, la que llaman del Parasceve. La que nos hará recobrar el aliento, percibir sobre nuestros costados las hirientes lanzas del escalofrío y agitará nuestros corazones hasta alcanzar el latido vital del Divino Cisquero. Todo hace prever que la huella del Señor se proyectará sobre cada palmo de la Ciudad y que su desbordante amor se esparcirá como dulce rumor hasta alcanzar a cada uno de sus hijos enfermos y nazarenos amarrados al leño pesado del paso de los años. Volveremos a ser devotos que seguiremos la estela del Gran Poder en la madrugá de Sevilla, porque al fin eso somos, y no habrá mayor goce en este mundo que nos acerque a esa otra Plaza que moraremos cuando el Dios de la Ciudad nos llame a su Gloria Basilical.