MIS VIVENCIAS COFRADES I
Esta primera noche de Cuaresma, acompañado por el insomnio preceptivo de estas fechas y velando por el sueño de mis dos inseparables pequeñas cirineas que duermen a mi lado, detengo mis pasos para abrir el baúl de mis recuerdos cofrades.
La primera estación de mi vida se inicia hace algo más de cuatro décadas en un lugar bañado de Mar Mediterráneo, según cuentan, bautizado por los romanos como Mare Nostrum, mar entre tierras y luchas de pueblos.
En los días de mi vida jamás pasó por mi mente renunciar a mi cuna, a esos primeros pasos y a esos momentos lejanos al alcance de mi memoria en los que comencé a sentir el calor de mis padres y hermanos.
Quiso la Divina Providencia, sabia, clemente y bondadosa, que este niño nacido en las entrañas de la Ciudad Condal a los pies de la Sagrada Familia tomase rumbo hacia Sevilla.
El gélido Mar me hacia tiritar de frío, bien sabia Dios que este niño sería más feliz en la tierra de sus mayores, arropado por las cálidas aguas del Guadalquivir.
Tal vez este niño sintió la llamada de tambores y cornetas y de esa hermosa primavera que nos acerca a las puertas mismas del Cielo. Desde entonces y hasta el día que el Señor me llame he vivido y viviré en mi Barrio de Triana.
El idilio amoroso que desde muy pequeño me unió de por vida con la Semana Santa comenzó en el pueblo de mi madre. Por primera vez vestí túnica nazarena en la Hermandad de la Soledad de la Algaba. Preciosa Dolorosa con gran devoción entre los algabeños. Recuerdo una túnica muy similar a la que visten los nazarenos de Montesión. Mis hermanos del Santísimo Cristo visten túnica ruan negro y cinturón de esparto. Durante cuatro años acompañé a los Sagradísimos Titulares de la Hermandad de la Soledad.
Recuerdo el último año por el excelente acompañamiento musical por parte de las bandas de Las Cigarreras y Soria 9. Me embarga la emoción al recordar a la hermana mayor de mi madre que descansa junto a su Virgen de la Soledad desde hace meses y que preparó sin falta de detalle mi primera túnica de nazareno.
Uno de esos años llevé la túnica de mi primo Manuel que fue llamado por DIOS demasiado joven. Su vida como la de tantos jóvenes quedó postrada en una carretera de nuestra provincia. Como si Dios hubiese llamado a su puerta para avisarle, el día antes fue a visitarnos a casa de mi abuela en su Pueblo Onubense de la Costa de la Luz. Por minutos no pudimos acudir a esa última cita, la de su despedida.
Cada Domingo a hora temprana llegábamos al Pueblo y este niño no tenía otra cosa que hacer que despertar a su primo. Desde aquel triste día no hubo más visita que la de mi memoria y ocasionalmente junto a su madre y su sobrina, la mía, al cementerio. Era demasiado triste para mí y por mucho que buscaba pocas las respuestas. Ese Viernes Santo partí de la casa de su enlutada madre que al verme cubierto por el antifaz creía ver a su hijo.
Cada tarde de Jueves Santo asistíamos a la procesión de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Veracruz y la Virgen de la Esperanza, otra hermosa cofradía de La Algaba. Conocía de cierta rivalidad con mi Hermandad, pero por entonces y como ocurre en el presente, toda rivalidad queda lejos de mi alcance.
La mañana del Viernes Santo la Esperanza de Triana pasaba por delante de nuestras ventanas de la otrora Cava de Los Gitanos. Un año la tardanza de la Cruz de Guía acabó con la paciencia de mi padre que decidió arrancar el automóvil para partir hacia La Algaba, por mucho que lo intentó el vehículo no dio la mínima sensación de ser puesto en marcha. Ante la inminente llegada de la Hermandad de la Calle Pureza desistió del intento. Para alegría de mi madre y hermanos, en especial la mía. Tras pasar la Virgen y quedar lejanos los sonidos de la música que la acompañaba, mi padre consiguió arrancarlo a la primera. La Virgen puso freno a mi tristeza y volvió a dibujar una sonrisa en mi semblante.
Al hacerse la noche mi madre trataba de sacarme de la Cofradía, no recuerdo bien mi reacción, auque puedo imaginármela, para volver a Triana y a esos últimos compases cofrades que cerraban la Semana Santa a este lado del Río.
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