
Hoy me siento como el pétalo que año tras año, vencido por el viento, no consigue caer en tu palio y se siente derrotado al saber que no irá contigo al tocar el suelo. Soy como esa vela que pugna por vencer la brisa marinera del puente que amenaza ensombrecer tu candelería. Podría decirte que incluso soy ese pañuelo que en cada levantá teme desprenderse de tu mano y acabar tendido en tu peana. Podría decírtelo.. pero tú ya lo sabes.
He vuelto a tener uno de esos ataques de dudas existenciales, entre las cuales, Esperanza, incluyo tu cara. Más que tu cara, la magia que esos ojos derraman y hacen río que consigue empujar mi barca. ¿Qué tiene, Dios mío? ¿Qué tienes, Esperanza? Sin remedio ni esfuerzo, vuelvo a perderme en tu mirada. ¿Quién me convence a mí de un cielo sin tu presencia, de un Dios sin Ti, Capitana? ¿Quién puede intentar convencerme de que Tú no existes, de que no me oyes, de que mi plegaria es vana? Nadie... nadie, nunca, jamás... Sé qué existes, porque me lo dice tu mirada. Me lo dicen tus manos, que siento estrechar mi espalda cuando la sal se me clava en cada poro del alma. Me lo dice tu calle, Pureza de Esperanza. Me lo dice tu altar, dónde le veo junto a tus plantas. Me lo dice cada flor y cada vela, cada balcón de tu Triana. Me lo dice el Postigo, y la Luna de madrugada. Me lo dice el sol y el puente que pesa tu alma, el río y la mar serena, el altozano y tu presencia.
Años que tenga en vida, años que te daré. ¿Que soy yo si no eres? ¿Qué serás sino eres yo? Si yo soy cada nota de dolor que te alcanza, la mano que enjuga tus lágrimas; Tú eres mi vida y rezo, en Ti yo soy y comienzo. En Ti comienzo y aprendo y en Ti confío mi alma, en Ti resurjo y engrandezco y a Ti destierro mi nostalgia. Tú eres y yo soy; y es que por Ti, a duras penas, siento el calor de la Esperanza.
Sergio Rovayo
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