Cuántas veces lo habré dicho... ¡bendita comunidad! Una vez más, aquella tarde de curiosidad desbocada ante el ordenador, aquella tarde en que decidí hacerme un hueco entre estas páginas, me sorprende de nuevo. Y para bien, como era de esperar. Aquella tarde, aquel gesto me ha regalado tantas cosas... Me ha regalado penas, es verdad, pero son tan pequeñas a la vera de los sueños, de las amistades, de las tardes de charla, de las amistades verdaderas, que las penas se olvidan... ni se ven ni recuerdan.
Y a ti, pequeña, debo una de las últimas. Dicen que la Macarena convenció al sol para que brillase más que nunca en tu día grande. Me apostaría la vida que fue Ella misma quien cosió de retales de primavera tu traje blanco inmaculado, poniendo en tus ojos la luz que le prestaron ángeles del cielo... Por eso ibas tan niña y tan mujer a la vez, porque tenías parte de infancia, parte de ángel, pero ibas de la mano de tu Reina, la Macarena. No sabes lo que fue para mí participar en tu Primera Comunión; mientras estábamos en la misa, pensé miles de cosas. Pensé en lo feliz que era allí, simplemente sentado en un banco, de risas con tu hermana Noe y los demás, imaginando la cara que tendría Mariángeles unos metros más atrás, pensando en quién conocería aquel día, viendo tu cara radiante. No quiero explayarme demasiado porque bien sabes que te debo un regalo, y prefiero reservarme... pero no podía quedarme sin dejarte un trozo en mi página, sin gritarte gracias por hacerme feliz, sin expresarte desde aquí que ya eres una amistad con la que quiero contar por mucho tiempo. Eres esa semilla de azahar que conocí hace poco y hoy cuido con todo el cariño que puedo para hacer que germine en mi corazón y enraíce en el tuyo. Gracias, Ana, por hacerme gritar de nuevo, una vez más, Bendita Comunidad.
Sergio Rovayo.

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