
Prometo no extenderme mucho. Hoy, sólo os traigo una reflexión personal que, sinceramente, espero que a alguien le sirva. Ante todo, vengo a darle gracias a Dios por estos veinte años y medio de vida, por haberme dado todo cuándo apenas tenía nada y por enseñarme a mirar al futuro apoyándome a veces en el pasado.
Gracias, Señor, por darme la vida, por dejarte sentir aquí dentro cada noche, cada día, cada minuto, cada segundo. Gracias por las personas que trajiste a mi vida, por llenar con gran número de recuerdos el fascinante baúl de mi memoria.
La memoria es sorprendente; si bien puede hacerte recordar cosas tristes, es capaz de convertirse en magnífica razón para vivir con plenitud el día de mañana, al dejar en tus manos los recuerdos más preciados y conservados del alma. Los que valen, los que al fin y al cabo son pedazos de oro que el tiempo dejó como marca, los que sorprenden cuando te asaltan con retales de vida que jamás hubieras usado para seguir adelante al verte rodeado de barreras que impiden tu caminar, tan altas como la Giralda.
La memoria, más bien los recuerdos, son algo grandioso, amigos. Los recuerdos son el único arma capaz de acuchillar la melancolía, capaces de cambiarle la hora al reloj de la vida, de ajustar con contada precisión, en lo preciso, la nostalgia.
Benditos recuerdos, pues serán la base de cada día del mañana…
Sergio Rovayo
¡Necesitas ser un miembro de Cofrades para añadir comentarios!
Participar en Cofrades