
A veces se presentan situaciones difíciles en la vida. ¿Quién no se ha visto en una situación en la que cualquier opción desembocaba en el disgusto de terceras personas? Todos, no hace falta que ninguno responda. Respondamos, mejor dicho.
Me propongo haceros reflexionar. Hoy, vengo dispuesto, quizás sin derecho ninguno, a que hagamos una especie de terapia. Quiero que recordéis la peor situación que hayáis vivido. Me vale la que sea. Quiero que os concentréis hasta que volváis a sentir la angustia que os oprimía el pecho al no saber qué hacer. La cantidad de veces que pensasteis si sería mejor tomar una u otra determinación, quién se sentiría ofendido después de que decidierais lo mejor, qué consecuencias tendría, cómo os sentiríais después de anunciar vuestra decisión final. ¿Lo recordáis? Las noches en vela, los nervios crispados por el agobio, las lágrimas, los enfados, la inevitable desesperación de ver que la situación no acaba y los días pasan sin saber qué hacer.
Tomaros vuestro tiempo, todo el que necesitéis. Cuando lo consigáis… pensad en mi Cristo, en el vuestro. En mi Madre, a la que vosotros llamáis de igual modo a diario. Pensad en la pena que siente Cristo en la esquina de su capilla, que de tan mal que se siente hasta duda de soltar la cruz por un momento para llorar tranquilamente y desahogarse. Id a la Capilla si queréis, y fijaos en la pena que marca la cara de la Esperanza por los días que lleva sufriendo por su Hijo, de tan triste que le ve ante las disputas de sus devotos.
No soy quién para hablar por Ellos, jamás osaría hacer eso, por eso quizás me equivoque al decir esto. Pero, hermanos, apostaría mi vida a que ambos sufren por ver a su hermandad partida en dos, la que siempre fue una hermandad feliz y orgullosa, la misma que es delirio y empaque en cada mañana del Viernes Santo. Ellos, desde la pena callada de sus altares, sufren en silencio la tempestad que cruza su gente, el bravío oleaje que amenaza con inundar nuestro barco de Esperanza. No extendamos esto hasta el punto de vernos obligado a achicar el agua de las bodegas de nuestro navío; más bien, bajo mi punto de vista, recordemos aquellas situaciones que nos hicieron sufrir ante la difícil búsqueda de soluciones… y luego, cuando sintamos en el pecho la angustia que antaño nos desbordó, arropemos a Cristo en su altar, a su Madre en su camarín, aliviemos la pena que sienten por tan difícil situación, por las consecuencias de algo que, bien nos guste o nos enfade, fue decisión de los dos.
Sergio Rovayo
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