
¿Quién pondrá en nuestra alma la semilla de la devoción? ¿Quién será el que incline la balanza del fervor hacia una u otra orilla? ¿Quién tendrá el poder de hacernos vibrar con una u otra advocación? ¿Quién, Dios mío, quién poseerá la divina voluntad de hacernos llorar a mares al ver tan distintos andares y tan diferentes rostros?
Todo sevillano creyente, por carácter innato, tiene tres devociones: su hermandad, el rostro del Gran Poder y una Esperanza. Que se llame Triana o Macarena poco importa, pero tiene una Esperanza. Hay quien viste de verde macareno y quien rebosa Triana por los cuatros costados. Hay quien prefiere Virginidad adolescente, hay quien prefiere Feminidad perfecta; los hay que tienen por bandera un arco y otros un puente; otros dicen que finura, otros dicen que poderío...
Sevilla se rige por normas pueriles que todos, puerilmente, defendemos: "la mía es más guapa que la tuya..." ¿Y qué más da, sevillano? ¿No contentas con su cara, con su andar, con su elegancia? ¿No te sacia su mirada, su hechura, su semblante? ¿No te ampara igual una lágrima que otra? ¿Qué más da, sevillano...? Y es que Sevilla, por tener, tiene a la Reina en su cielo; sea de Triana o de San Gil, tiene a la Madre de los cielos...
Cada corazón lleva impreso un nombre, un color, un escudo, una marcha, un olor, un palio, un pañuelo, un rostro, una lágrima, un bordado, un templo, un barrio, un amor, una sola devoción... Sabido es por quien me conoce que mi apellido es Triana; por templo tengo un dintel, de arriba a abajo bordado, que luce a gala tu palio; doce varales que por columnas sustentan el cielo de tu llanto; por luz llevo tus ojos, y por Verdad tu candelería, por altar llevo tus manos y por cielo tus labios... Lo siento, me contradigo, pero, ¿quién me dice que no es grandioso el compás de tus andares? ¿quién me niega que ha llorado al ver el reflejo de tus varales? ¿Quién, sevillano, dime quién no ha rezado al amor que sucumbe al fuego de sus mirada? ¿Quién, sevillano... quién?
Jamás cejaré en el empeño de contradecir al que dice que una es más bella que otra... dejando a un lado el egoísmo, pues en Sevilla lloran más de dos dolorosas... ¡no compares, sevillano, no compares!
No existe una orilla sin la otra; no hay macarena sin Triana, ni hay Triana sin arco, no hay Macarena sin puente...
Y reza, reza, que su rostro ha de darte igual; las dos son una Madre, y Ella no entiende de soledad... ¿cuántos bordados hay en Sevilla? ¿Cuántos varales? ¿Cuántos palios? Nadie se entretiene en comparar qué bordado es más bonito, ni cual brilla más; ni que varal es más alto, ni qué palio ilumina más... ¡Admira, sevillano, admira! Que viniste a nacer entre reinas en un reino sin igual...
Si, ¿qué más da, sevillano, Triana que Macarena, si hasta la luna se engrandece por ser fulgor de candelería? Si hasta el aire se embelesa y surge la más pura esencia que trina por ser bambalina y flor que adorne sus esquinas; yo he visto llorar al alba a la luna por las esquinas, rogando al sol se detenga por poder llevarlas a sus iglesias. Yo he sido testigo del llanto del azahar, sabedor que cuando pasen, otro año habrán de esperar... Y he visto llorar al cielo, y he visto el contento de la campana, y he sido testigo oportuno del sol que se hace uno al restallar de sus palios volviendo a casa por la mañana...
Que no compares, sevillano, conténtate con mirar; mira sus caras y manos, míralas caminar; mira sus gentes y devociones, mira sus penas y gestos, mira sus ojos y su hablar; reza y da gracias al cielo; ¡porque en Sevilla da igual, Triana y la Macarena, son Reinas de tu ciudad!
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