
Primero de todo, dar las gracias a todos aquellos que me han echado en falta, a todos los que se han preocupado por mi desaparición, a los que me han enviado mensajes reprochándome que echaban de menos leer mis escritos. Gracias, de corazón.
Demasiados problemas personales, supongo; quizás demasiados agobios, quizás demasiadas confusiones. Sin duda alguna, demasiadas vueltas de tuerca a algo aparentemente simple y, en realidad, demasiado complejo.
Resumiendo, podría definirlo como la necesidad de demostrarme a mí mismo que soy capaz de ciertas cosas, recordarme quién soy, volver a sentirme orgulloso de mí, de mis acto, de mi vida.
Hoy no habrá poesía ni sentimientos descritos hacia ninguna imagen, ni ningún recuerdo de la infancia entre los muchos que guardo, porque hoy sólo puedo decir que busco a Dios en las calles de mi ciudad. Mejor dicho, me gusta imaginar que dejo cada uno de mis problemas encerrados en casa, mientras paso las tardes paseando por el centro.
Me gusta el olor a nostalgia que flota por la Avenida, como recuerdo de una navidad que hace poco colgaba de los balcones y relucía en miles de bombillas. Me he dado cuenta que la Giralda ya mira a un lado y a otro esperando ansiosa la llegada de hermandades que pronto comenzarán a bullir de nerviosismo. He visto las huellas de Dios por la campana, he visto el llanto de María reflejado en las orillas del Guadalquivir.
Estoy buscando a Dios en las calles y realmente le encuentro, le siento, me acompaña. Me gusta imaginar que guía mis pasos a su antojo; me lleva a la calle Cuna, a veces me arrasa los ojos en lágrimas por San Lorenzo y a veces me regala la paz del cielo encerrada entre los muros de Santa Ana.
Necesito la paz de antes, y ya lo creo que a veces la encuentro. Y con eso me basta, porque por muy mal que a veces lo pase, tengo la confianza en que Él siempre gana; y es que no hay mayor dicha ni fortuna que saberme cristiano, y al pasear por Sevilla... sentir que llevo a Dios de la mano.
Sergio Rovayo.
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