
Para mí, ninguna Virgen, sin excepción, supera el dolor y la pena que me transmites. Recuerdo cuando era pequeño y aún salía de nazareno el Miércoles Santo... mis padres siempre me obligaban a irnos de las sillas de la Avenida cuando pasaba el palio de La Bofetá, porque había que descansar para el día siguiente y, además, evitábamos la bulla que se arremolinaba en los Jardines para ver el milagro de La Candelaria. Y así fue como surgió mi especial relación Contigo, Madre. Yo, como buen capillita, me negaba en rotundo a perderme un solo nazareno desde el Domingo de Ramos hasta que veía el último capirote blanco perderse dentro de Santa Marina. Mi padre, como no podía ser de otra manera, tampoco le hacía gracia la idea, aunque como él ya había vivido muchas Semanas Grandes en Sevilla, tampoco le suponía un gran problema perderse una hermandad. Y así fue como, durante muchos años, fuiste la única Dolorosa que me faltaba por conocer.
Hasta que un año, viéndomelas venir, empecé a pensar cómo podía conocerTe. Pero no hizo falta... Tú todo lo dispones, todo lo sabes, todo lo contemplas... Y aquel Martes Santo, por la mañana, vino mi padre al salón mientras yo veía las redifusiones de la Campana del Lunes Santo. Y me dijo: "canijo, ¿te acuerdas de la Virgen que nunca vemos los Martes? ¿Quieres ir a verla hoy?" Yo, cómo no podía ser de otra manera, le dije que sí.
Por fin iba a conocerte, Madre. Tantos años viéndo tu cara en dvd's, en fotos, maravillándome con la belleza de tu palio... y al fin aquel año podría verte cara a cara. Y así fue... al terminar de pasar el palio de Los Estudiantes a la altura de mis sillas, mi padre me dijo: "vente conmigo" Y de allí, de su mano, me llevó por la calle Sánchez Bedoya. Por una bocacalle fuimos a dar a García de Vinuesa. Y allí, al final, se arremolinaba una expectante muchedumbre bajo las últimas trazas de luz de un cielo que me pintó una sonrisa en los labios; estabas cerca. Te sentía.
Y he aquí lo que quedó grabado en mi memoria: de pronto, todo el mundo guardó silencio. No se oían más que los cantos de algunos pajarillos, conmovidos quizá ante tu belleza. Oí la voz del capataz, tres golpes de un llamador, la parihuela protestando entre crujidos por la presión de los costales. Mi padre entonces me cogió en brazos y, justo al momento de lograr ver con todo lujo de detalles, vi el nombre de la calle donde estaba mientras oía la levantá del palio; calle Arfe.
Y mis ojos se vaciaron en tus bordados, en tus bambalinas, en tus manos, en tu candelería, en tu barbilla, en tus labios, en ese dolor amoratado que me heló el alma al mirarte... Cuánta belleza vi en un solo segundo, Madre... No supe hablar, ni siquiera rezar, solo supe mirarte. Me sobrecogió el dolor tan enorme, tan cansado de tu cara... Llevas la pena repujada en tus pestañas, hasta el insomnio adiviné entre tus mejillas... Qué dolor tan grande entre aquel impecable silencio...
Hoy encontré la primera estampita que me dieron de Ti, y decidí que siempre es bonito recordar los primeros encuentros con Imágenes que te marcan la vida. Y que digan lo que quieran algunos descarados por ahí pero, para mí, eres la Dolorosa por excelencia, la Madre cansada de llorar, derrotada por el dolor, desesperada por la suerte de su Hijo. Nada supera en majestad tu caminar lento de despedida por Mateos Gago, con la Giralda como testigo de todo lo que has llorado...
Porque como la exquisitez de tu palio no hay nada. Porque tu pena es vieja, gastada, y aún así renovada. Por tus ojos que imploran al cielo sin hallar respuesta. Por tu pañuelo que ya no seca, hastiado de secar lágrimas. Porque eres y serás Dolorosa sin igual...
Sergio Rovayo.
¡Necesitas ser un miembro de Cofrades para añadir comentarios!
Participar en Cofrades