
FOTOGRAFÍA SACADA DE INTERNET.
PARA QUE HAYA FE EN EL MUNDO.
Hay mucha gente que no tiene fe, unos lo dicen, otros se lo callan.
Pero en el Corral de los Faroles todo el mundo sabe que ni creen en Dios, ni lo ocultan. Allí se blasfema, se odia y se prohibe el paso a quien huela a cosa religiosa.
Y allí, a las afueras de Sevilla, en aquel ambiente de miseria física y moral, se está muriendo de viruelas un matrimonio.
¿ Cómo meter la fe en aquel antro?
Es muy sencillo.
Madre ha mandado a la Hermana Milagros, como hubiera podido mandar a cualquier otra sin este nombre, que vaya con una compañera a visitar a los enfermos.
Y allí se presentaron. Pero no quieren dejarla entrar ni siquiera en el patio del corral: ¿ qué pintan allí dos monjas? Que se vayan...
Pero la Hermana Milagros, serenamente, insiste con firmeza en que tiene que ver al matrimonio enfermo.
Nadie los quiere ver. se está muriendo como perros.
Pasan al fin. Todos las observan.
Y sucede lo increible: las Hermanas se remangan, cambian la ropa sucia por otra limpia que traen en un saco, limpian la casa, lavan la ropa, y hasta tienen que traer un lebrillo, porque los vecinos se oponen a que se lave en la pila común...
Ya tiene abierta la puerta el cura para dar los sacramentos a los enfermos.
Y ya todo el mundo cree, porque dicen: ¡ cómo iban a hacer estas cosas unas mujeres si no fuera por Dios!
Así es fácil creer: porque han visto, han palpado con la mano, que Dios nos ama por medio de estas criaturas débiles que son las Hermanas de la Cruz.
UNA LAPIDA DE MARMOL.
La verdad es que Sor Ángela se merecía una lápida de mármol, que recordara a las generaciones futuras de Sevilla el heroísmo de esta mujer singular y de sus hijas, las Hermanas de la Cruz.
Y esta lápida se hizo por acuerdo del Ayuntamiento de Sevilla.
Éste decretó hacer, y efectivamente hicieron, dos lápidas: una a la memoria del P. Torres y otra a la memoria de Sor Ángela.
Y ambas llegaron solemnemente al convento de la calle de los Alcázares, todavía en vida de Sor ángela.
Esa fue la equivocación.
Porque cuando Sor Ángela lo supo, hasta la pacientísima Hermana se enfadó; pero no porque hubieran hecho la lápida, ¡ porque al fin y al cabo, que culpa tenía el Ayuntamiento, que no sabe de esas cosas! ; sino a causa de la Hermana Encarnación, que era la portera de turno, y cuando dio la noticia a Madre del encargo que había dejado el Ayuntamiento pareció alegrarse, como diciendo:
- ¡ Gracias a Dios! ¡ Hasta los socialistas del Ayuntamiento lo reconocen! ¡ Bien merecido se lo tiene Madre!
Esto le pasó sólo por el pensamiento, pero fue lo que disgustó a Sor Ángela:
- Pero ¿ aún piensas tú como el mundo? ¿ No te has persuadido que nuestra vocación exige pasar en silencio y desapercibida? ¿ Esto es lo que has aprendido como Hermana de la Cruz? ¿ Con esas andamos todavía?
Y la lápida fue a parar, boca abajo, como mesa de la enfermería, porque era grande y hermosa.
Sólo que ahora se conserva en el museo de recuerdos de Sor Ángela, como testimonio de que a ella, sinceramente, no le gustaban esas cosas.
Su gusto estaba afinado con el Evangelio, y había aprendido a decir, después de haber hecho todo lo que el Señor le inspiraba:
- ¡ Soy una sierva inutil y sin provecho!
Y lo decía de veras, porque era Dios el que hacía en ella grandes cosas.
QUE ENSEÑABA SOR ÁNGELA
Madre, ya ancianita, se pasaba las horas muertas en su " cuartito de Fray Diego": porque las Hermanas le ponen nombres de santos a todos los rincones de la casa, y a aquel cuartito pequeño que da al patinillo interior de Fray Diego de Cádiz le ha tocado este nombre.
Las Hermanas, siempre que tienen tiempo, van a charlar con ella: porque Sor Ángela es una monja simpática y contagia el amor a la vocación de Hermanas de la Cruz.
Allí les habla de lo que Dios quiere del Instituto. Allí salen a relucir las dificultades diarias, con sus derrotas y sus victorias.
De allí se sale siempre alegre y dispuesta a la generosidad.
Pero, sobre todo, de allí se sale siempre con deseos de ser humilde, y has de amar la humillación, porque ese es el secreto de la vocación de Hermanas de la Cruz.
Y eso se lo explica de muchas maneras.
Por ejemplo, para ser humilde hay que tragarse tres píldoras:la primera es el convencimiento alegre de quién es Dios y quién soy yo, y así todo lo propio y lo ajeno lo ve Dios.
La segunda píldora consiste en reconocer que somos pecadores y que Dios, no obstante, nos ama con predilección porque es misericordioso.
La tercera píldora es para los que se sienten muy amados por Dios y saben que los favores que reciben no son suyos, y se quedan tan pequeños y sencillos, aunque Dios haga prodigios por su medio.
" Esta pildorita es la más necesaria en nuestra Compañía".
LUIS GONZÁLEZ, S.I.
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