
Te echo de menos, pequeñajo. Más que a ti, echo de menos tu propia vida. La que fue mía, pero al otro lado del papel aún es tuya. Echo de menos como sonaba tu risa, como abrías los ojos como platos ante cualquier cosa insulsa o sin importancia. Lo que yo daría, enano, por volver a ser tú. Aunque significase renunciar al habla, a muchas cosas de mi vida actual e incluso a la independencia que los años me dieron, me da igual, porque echo de menos las cosas que tú, al otro lado del papel, vives eternamente. Me intercambiaría por ti sin pensarlo si con ello derrotase al invencible reloj que me te convirtió en lo que soy.
¿Sabes? Me gusta pensar que, igual que yo vivo mi día a día, tu posees tu propia cotidianeidad entre las cuatro aristas que enmarcan tu frágil cuerpo. Te diré algo como consejo, porque te quiero y, aunque no pueda decírtelo, te esperan cosas muy duras en esta vida. Podría avisarte sobre mil fallos que cometerás, sobre decisiones incorrectas que te harán llorar e incluso darte fechas en las que la guadaña segará tu vida en un antes y un después, no sin dejarte buen sabor de boca al comentarte las metas logradas que te harán triunfar. Pero no, no quiero avisarte de nada... Porque quiero que cada alegría la disfrutes del mismo modo que yo lo hice, ya verás qué felicidad te ha guardado Dios en el camino. No te miento, peque, también tienes que prepararte. Prepárate, porque el camino que apenas has empezado a recorrer tiene socavones enormes e incluso cordilleras sembradas de recuerdos hechos espinas. Date tiempo, créeme, y verás como finalmente cada espina florece y te rodeará de rosas más hermosas de lo que pudiste soñar.
Ahora, simplemente, disfruta. ¡Sé feliz! ¡Lo tienes todo, tienes unos padres maravillosos, tienes la sonrisa perpetua en el rostro, tienes una familia que te quiere y te rodea a todas horas! Deja de preguntarte qué te deparará el futuro... Te estoy hablando, te lo afirmo, te lo confieso; serás feliz. Tras muchos momentos duros, serás feliz. A veces pensarás que Dios te lo quitó todo, pero recuerda siempre que, si Dios te quita veinte, te da cincuenta. Da igual que no lo veas, te lo da. El tiempo te hará verlo, pequeñajo. Yo daría años de mi vida por ser tú... sí, chiquitín, lo haría sin duda, no te sorprendas. Me conformaría con volver a ser tú durante cinco minutos, ¿sabes? No, no preguntes, no puedo adelantarte nada, ¡recuerda las normas!.
Déjame pedirte algo, ¿vale, enano? Sé que en ese trozo de vida que el tiempo eternizó en tu foto tú sigues viviendo, riendo, soñando, jugando. Cuando veas al abuelo, dale muchos abrazos y muchos besotes de mi parte. Juega con él, hazle reír, dile que te cuente historias sobre su vida, vas a ver. Verás que cara se te queda cuando te diga en que calle nació. Tú aún no lo sabes, pero él va a sembrar en ti la palabra más bella de cuantas existen y el amor más profundo que jamás sentirás en tu vida. ¿Te cuento un secreto? Tú le haces sentir vivo. Así que juega con él, pequeñajo, yo tengo que dejarte ya. Mi vida ya no entiende de chupetes y biberones, ni de tardes de siesta en una manta en mitad del salón. Mi vida, la nuestra, es ahora diferente. No, no te adelantes, no te conviene saber de momento.
Tú ve con el abuelo y juega, disfruta, salta, sonríe, coge su mano, dale besos, deja que te coja en brazos y que te cuente cuántas cosas quiera. Algún día, aunque aún queda mucho, entenderás lo que te estoy diciendo, enano. Entonces te acordarás de esta misma foto y comprenderás por qué te he dicho todo esto. Ya no podrás darme las gracias, porque yo estaré leyendo lo que alguien, quién tú y yo estamos destinados a ser en un futuro, me habrá escrito.
Pero recuerda siempre que, con tu edad, con la mía y con aquella que alcancemos siempre tendremos presente lo que fuimos y la ayuda inestimable del baúl de la memoria para sentir, cada día, sea presente, pasado o futuro, el amor que rebosa de cada uno de nuestros recuerdos. Ahora ve, y disfruta del abuelo. Te quiero.
Sergio Rovayo
¡Necesitas ser un miembro de Cofrades para añadir comentarios!
Participar en Cofrades