
Cerré los ojos y, como cada noche, soñé. Me vi solo, en mitad de la nada y enmedio de todo. No sé decirte el color de la ropa que llevaba, ni si era de día o de noche, ni siquiera si respiraba. Pero puedo decirte, Señor, que me sentía tan abatido y desesperanzado como un niño abandonado. Y es que ya lo sabes; no soy más que un niño, un joven casi adulto con un corazón infante desolado...
Y allí estaba, la solución a toda quimera que me enfrente, la paz que a mi alma es tu capilla. ¡Allí, en mitad de la nada, como un cielo regalado a modo de meta soñada! Solo, solo en tu calle... y solo al cruzar el dintel de una puerta que, gracias a que los sueños todo lo permiten, estaba abierta. Sola tu capilla, sola mi Esperanza, solo el retablo, solo el sagrario, solo los bancos y solas las flores a tus plantas. Solo Tú, sola tu túnica, solas tus manos, solas tus potencias, solo tu altar, solo tu rostro, que es mi quebranto.
Contigo, Señor, a solas... y a solas subí a tu vera, a solas me acuné a tu lado, a solas toqué tu rostro, a solas cogí tus manos. A solas sentí el olor que desprendía tu ropa, dolor salado. A solas sentí que hablabas, a solas lloré sin descanso. A solas hinqué en tu piedra, junto a tu mano, mi mano; a solas me derrumbé sin consuelo, a destajo. A solas pedí la paz que tanto regalan tus labios... A solas tu cuerpo rodeé en mis brazos, a solas hundí mi rostro en tu pecho, a solas lloré a Ti abrazado.
He despertado, Padre, pero parte de mí sigue en letargo. Desdoblado, con mi cuerpo atestiguando el lugar en que mi paz descansa, he dejado, Señor, mi alma a tu lado. La he dejado contigo, para que llore de madrugada y supure el dolor de éste pobre derrotado que intenta en vano dejar la pena en el pasado. La dejaré allí cuánto tiempo haga falta, hasta que un día estalle y el dolor se haga río que corra por las piedras de tu peana. Y entonces, sólo entonces, volveré a Ti de madrugada, a recuperar mi alma; nueva, sanada, completa y esperanzada. Volveré a Ti tal como fui, en sueños, de madrugada, y tras besarte la mejilla y abrazarte de nuevo, te rezaré dando gracias... gracias por ser siempre el alba de mis más dolorosas y oscuras madrugadas.
Sergio Rovayo
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