
Podría renegar de tu magia, pero sería renegar de mi sevillanía. Podría intentar esconder el candor que me quema el pulso al ver tu rostro entre velas, pero sería engañarme en vano. Podría callar lo que en mí despiertas, los temblores que me quiebran el alma al ver tus manos, el pueril destello que a tus ojos asoma y al mío contagias con sólo mirar el friso e tus pestañas... Pero no quiero callarlo, no...
Quiero hacer honra al sentimiento, a la verdad, a la devoción. En Sevilla existen muchas dolorosas, y ninguna es más que otra, y aunque yo tenga dos amores clavados en el alma, que verdad es, Macarena... que como tú no hay ninguna. ¡Y qué verdad es, Macarena, que tuvieron que ser manos angelicales las que tu rostro tallaran, y cincelaran tu corona y endulzaran tu cara! Porque en tu palio, guste o pese... en tu palio va Sevilla; y en tus manos, el cielo; y en tus ojos, la amargura; y en tus mejillas, adolescencia; y en tus sienes esa presea que luces ante el gentío para dejar claro tu condición de Reina...
Qué más dan las devociones, ¡si en tu cara resumes la juventud hecha urbe por las calles de Sevilla! ¿Qué es una madrugá sin Arco? ¿Y sin tu palio bajo el cielo? ¡Tú también eres mi Reina, porque reinas en Sevilla y en Sevilla eres estrella, hecha templo de Esperanza por verte pasar por calle Feria!
Y no me importa olvidar Triana, aunque sólo sea un instante, porque como joven sevillano yo también quiero a mi tierra, y en mi tierra reinas Tú, Reina, Esperanza y Macarena.
Sergio Rovayo.
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