
Es la brisa en la noche quien torna el cielo y lo pliega, quien se une a la nostagia de aquel charco seco de cera. Las calles suenan sin vida, como un dolor oscurecido que aplasta y destruye sonrisas. Nadie sabe, nadie dice, nadie actúa. Nada es lo que parece, nada se asemeja a lo que un día fue. El calor, antaño puro, se congela, y el frío todo ocupa en su poder. Resurgen las aristas de un pasado que dijo ser tallado en la madera; finalmente todo llega, todo pasa, todo se resume a una condena...
Nítido silencio de plata, tumulto de sonrisas en la pena, se escoge un sentimiento que no nace, se apaga una esperanza que no llega. No llega y sin embargo está sembrada, presta a florecer en primavera, invernal primavera que no cesa y que cede al dolor de herida abierta. Lo que un día fue repique de campanas, hoy no es más que tintineo de promesas, promesas que no llegan, que nunca llegan... siempre esperan a cumplirse en la mañana.
Se han perdido el norte y el sur, se han fundido oeste y este en un suspiro, no hay camino que retorne a lo vivido, no hay reloj que cuente horas que se escapan. Ola del Guadalquivir, que fue enérgica, ola que hoy se estrella entre las piedras. Puente de suspiros, de rancia nobleza, puente de bomberos ya marchito, puente que hoy no luce su grandeza. Alfalfa de colores desteñidos, de caducas arboledas que no gestan, Plaza de Molviedro sin sonidos, Alameda convertida en fría piedra. Seno del río que soñó ser mar, ahora con temor, sin diques que contengan.
Parques que perdieron su verdor, vida que carece de sentido, luz que no traspasa nubes negras, unido va el fracaso sin destino. Avenidas sin olor ni luminarias, bancos que no ocupan los suspiros, cielo que el azul ya no derrama, nada brilla ya como lo hizo. Esquinas sin almas ni promesas, callejones que son túnel al olvido, delirio extinguido que fue risa... la vida sin color a mis sentidos.
Sergio Rovayo
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