
Qué tendrá Sevilla cuando amanece el Domingo de Ramos. Uno mira su cielo y se pregunta por qué resplandece tanto esa mañana. Mira a su gente y se pregunta por qué sonríen como locos, como extraños posesos que fueron presos de locuras quinceañeras. Mira sus calles y se sorprende del fervor que se ha hecho flor en los naranjos y balcones, en la pasión que parece que ya hierve en las esquinas expectantes. Uno mira a sus edificios y hasta los ve diferente. Otro color, otra piedra, otra luz, otro reflejo hendido en sus ladrillos. Sevilla… qué tendrá Sevilla esa mañana. Ven, que te lo explico.
Sevilla se ha despertado con mil sentimientos a flor de piel. No sabe si decantarse por el amor más puro y profundo que puedan sentir los sevillanos o vestirse de plata y echarse a andar por las calles del Porvenir, disfrazada de paloma. No sabe si hacerse redoble que rasgue el incienso en el compás de la laguna entre despojos de Molviedro o socorrer a Cristo con su cruz por la calle Recaredo. Sevilla duda, y no sabe qué hacer. Parece que ya se ha decidido por peinar hojas de palmera en el Salvador cuando se arrepiente y corre a comulgar con Dios en su última cena. Aún así, le sobra tiempo para ensanchar la difícil ojiva de San Julián y dedicarse a recoger los retales de luz que al río le sobran, limpio cual cristal donde la noche bañará sus estrellas. Porque el río no falta en esta bienvenida al Dios vivo que se hace sevillano por las calles de su tierra. El río se sabe parte de Sevilla, nexo entre gloria y paraíso, paraíso y gloria. Por esto mismo, Sevilla se recrea en sus costeros al cruzar el puente de noche, sin prisas, porque sabe que por él sus calles tienen más gloria, porque sabe que es él quién, por una semana, será su arteria aorta.
La noche… la noche es lo que más embruja a Sevilla. Sevilla se estremece, engrandece, agranda y enloquece con sólo nombrarla. Qué tendrá Sevilla ese día, ¿verdad? Ven, que te lo explico. Sevilla despierta tiritando con un sol que resume universos porque sabe, amigo mío, que le espera la noche más ansiada por todos los que a ella se encomiendan. Sevilla, nuevamente, se viste de traje largo -color azul universo, derroche- y se esconde entre mecidas en el busto que atestigua por Martínez Montañés; ¡qué portento, qué suerte, qué locura es ver a Dios morir en la misma plaza que hace horas recibió entre palmas al Rabí..! Aún te preguntas qué tiene Sevilla, ¿verdad? Ven, que te lo explico.
Sevilla tiene una Virgen que fue rezo de una santa en sus días. Sevilla tiene una Virgen que no sabe si sufre o llora, si se estremece o se resigna. Por tener, tiene toda la pena frisando su peana y el dolor que estalla en bambalinas. Tiene un altar para su Virgen que no es ni oro ni plata, sino incienso y mecidas. Tiene una plaza escogida para lucir su salida y un dintel que es el broche de todo cuánto termina. Tiene un convento que es catedral de la más pura iglesia que exista, hermanas que rezan salves y espadañas que tañen brisas. Tiene un pañuelo que riza entre sus dedos crispados y un vergel que brota en gloria en las aristas de su paso. Tiene un vaivén tostado que gasta la cera y la agota cuando su palio siembra oraciones al pasar entre el gentío.
¡Sevilla! ¿Vas a preguntar lo que tiene esta ciudad cuando amanece el Domingo de Ramos? ¡Sevilla tiene diez razones para rezar y ocho para llorar, San Juan de la Palma y un convento que es gloria de madrugá! ¿Vas a preguntar qué tiene Sevilla? ¿No lo sabes, de verdad? ¡Ahí tienes la respuesta, esperándote está! ¡Mírala, rézale, tócala, siéntela! ¡Amargura, Reina y Madre, Dolorosa sin igual!
Sergio Rovayo
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