
El hastío me cansa y la insufrible espadaña que corona mi alma no cesa en repiques que alargan el alba, Madre. Como eclipse diurno, la pena aletarga la luz de un sol que no derrota las nubes que impiden mi sonrisa. Vivir, vivo. Sonreír, sonrío. Pero olvidar, no olvido.
Recojo cada mañana los trozos de un ánimo que se quebró hace semanas, los pedazos del prisma que pintó mi vida de colores durante mucho tiempo y ahora no es más que una lupa cóncava que más que aumentar, disminuye mi existencia. Será el cúmulo de pesares, la superación de lo que creía mis límites, la ausencia de la voz que tanto añoro, quizás la adolescencia. Sea lo que sea, vivir, vivo. Y sonreír, sonrío. Pero olvidar, Señora, no olvido.
Refúgiame en tu seno, en tus lágrimas cansadas que supuran un dolor que puedo decir similar al mío. Tú has perdido a un Hijo, yo he perdido a quién quise como un padre. Ay, Señora, qué difícil. Qué difícil...
Hoy, apenas tengo palabras para pedirte consuelo. Apenas tengo la fuerza necesaria para levantar la vista y mirarte, ni siquiera para rezarte he cogido tu estampa. Me he limitado a escribir, a engarzar cuatro líneas que apuren mi nostalgia y el insomnio que me atormenta para pedirte, mi Reina, que me hagas sentirte a mi vera.
Hoy, Madre, hoy... hace un mes de aquel último cumpleaños. De aquellas risas. De aquellas velas. De aquellas miradas. De aquellos besos. De aquellas caricias. De aquellos secretos. De aquellos tristes, pero felices momentos. Hoy hace un mes que viví el cumpleaños más especial de mi vida... y si hace un mes me sentía vivo al verle, hoy no puedo por menos que llorar porque no le tengo. Aún no ha amanecido, no son más que las cuatro de la mañana, y tengo miedo. Tengo miedo de que amanezca. De que todo me lo recuerde, porque sé que así será, como cada día.
Llevo casi un mes disfrazando mi rostro con sonrisas de comodín, con carcajadas inexistentes, porque hasta cuando oigo mi risa me suena a nostalgia hueca. Hace casi un mes que me levanto y me limito a mirar a mi alrededor, como si aún fuese posible que fuera un sueño, como si por gracia divina fuese a abrir la puerta y verle allí sentado, como siempre. Casi un mes ya, Señora, desde que me di cuenta que, por mucho que busque, sólo de noche, entre el húmedo latido de lágrimas recién estrenadas, soy capaz de oírlo, tocarlo, sentirlo.
Hoy, casi un mes después, con el alba anunciando un recuerdo de doble filo, sólo puedo pedirte una cosa, Madre; Refúgiame.
Sergio Rovayo
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