
El recién estrenado luto de noviembre parecía disiparse. Lo noté en las estrellas que soñaban ser soles en el cielo por tu rostro. Lo noté al girar hacia el Postigo y ver el esfuerzo sobrehumano que hacían las campanas por no empezar a tañir. Lo noté al mirar al azulejo y descubrir asombrado que la siempre Virgen niña de la Piedad miraba de reojo hacia el final de la calle.
Llegué a tu capilla con frío en la piel y calor en el corazón. Busqué con la mirada a aquellas tres niñas con las que había quedado. Sí, niñas, porque aunque los años señalen una edad concreta, sabía que no tenía que buscar tres mujeres, sino tres niñas llenas de ilusión, felices como un niño con su piruleta en la mano.
Allí estaban, sin palabras en la boca y con pregones en los ojos... llenas, pletóricas, felices, ansiosas, expectantes. Intercambiamos abrazos, la tímida impaciencia de tenerla cerca, algunos pensamientos imprecisos, bastantes risas nerviosas. Eran niñas, pero sus ojos no alcanzaban a perderse en el rostro de la dolorosa. Me separé de ellas, me acerqué a la puerta y eché un vistazo al interior... y la vi. Sonreí mientras volvía junto a ellas, sin poder evitar que la alegría que sentía saliese al exterior...
"está preciosa, tita"
Lo que sentí al verte tan cerca por primera vez en mi vida jamás podré explicártelo, Madre mía. Jamás te vi tan guapa. No recordaba que fueras tan increíblemente joven. Fue increíble contemplar a un palmo de mí tu llanto. Porque Guadalupe, hermanos, realmente llora. No es teatro, no es simulacro, no es un sollozo... sin lugar a dudas, llora.
Quién no haya visto tu cara, dudosamente sabrá lo que es Sevilla, lo que es tocar la Gloria. Besar por primera vez tu mano fue algo increíble, sublime; alzar la vista y encontrarme con tus ojos, con tu expresión, con el cielo que llevas preso en los ojos y la Gloria que tejes entre manos... qué grande fue ver la emoción de mis niñas unida a la mía. Me sentí extraño al ver sus ojos arrasados en lágrimas con una sonrisa en mis labios, pero gratificante. Sabía que sus lágrimas no eran de pena ni de dolor, sino de la alegría y la tranquilidad que sentían al tenerte allí ante ellas, tan guapa, joven y majestuosa como siempre. Qué grande fue sentirnos hermanos ante Ti, soñar con tus labios de tu mano...
Gracias, Guadalupe. Por hacerlas feliz, por borrar por un rato lo malo de sus vidas, por perderte en nuestros ojos; por hacernos soñar juntos, a Tu lado, que fue noche de Lunes Santo...
A mis tres niñas; Mari Carmen, Maribel y Noelia. Os quiero.
Sergio Rovayo
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