
Treinta y tres años después sería presentado al pueblo, por Pilatos, en la Calzada; sentenciado en la Alameda; lloraría bajo la estrecha ojiva de San Esteban; arrastraría una cruz, de allende el mar, por la calle Castilla; sería alanceado por Longinos en la Plaza de San Martín; o moriría sin remedio en el Calvario de una madrugada. Pero ahora no es más que una ternura balbuciente, una vida que empieza, y una sonrisa blanca de dientes de leche. Parece mentira que Aquel que todo lo puede en su Gran Poder, necesitara también de unos brazos en los que apoyarse para aprender a andar y de una nana que arrullase la Esperanza de sus sueños. Nos preguntamos en qué caja de galletas viviría su ratoncito Pérez.
MUCHAS FELICIDADES A TODOS.
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